NOTRE DAM DU CAP
Canadá
Cuando Juan Pablo II
llevó a cabo el viaje Apostólico al Canadá (entre los
días 9 y 20 de septiembre de 1984) concelebró, en honor de
la Virgen María, en el Santuario de Notre Dame Du Cap.
En la Homilía del 10 de septiembre dijo lo siguiente:
“Fue aquí, queridos Hermanos y Hermanas, y ustedes conocen
seguramente la historia. Lo evoco porque yo mismo he sido tocado. Desde 1651,
el Abad Jacques de la Ferté, el cura de Santa-Magdalena de Châteaudun,
en Francia, regalaba este feudo del Cabo a los misioneros jesuitas. En la
aldea que éstos fundaron en seguida en este lugar, el día de
la Presentación de Marie, llamando a esta parroquia Cap-de-la-Madeleine,
y una Congregación del Rosario fue instituida allí antes de
finales de este siglo XVII.
Allí dónde fue erigido, desde 1714, el santuario
que se hizo mariano nacional y la iglesia más antigua de Canadá.
Pero la tradición produce hechos todavía más emocionantes.
En 1879, los feligreses del Cap-de-la-Madeleine, a lo largo del invierno,
suplicaron a la Virgen Marie y trabajaron con un coraje inaudito para poder
transportar aquí las piedras necesarias para el nuevo edificio mariano
sobre un puente de hielo providencialmente formado sobre el San Lorenzo,
llamado en lo sucesivo el puente de los rosarios. Y recogieron de la Virgen
el signo que aprobaba esta iniciativa.
Estos hechos, queridos Hermanos y Hermanas, testimonian admirablemente
la fe de sus padres, su comprensión justa del papel de Marie en la
Iglesia. ¡Desde entonces, la misma piedad mariana provocó aquí,
de todo el Canadá, millares de peregrinos venidos buscar fe y coraje
cerca de su Madre!
Gente de toda edad y de toda condición; pequeños
y pobres sobre todo; jóvenes hogares y pares jubilares; parientes
cuidadosos de la educación de sus niños; jóvenes, personas
en búsqueda del que es “el Camino, la Verdad y la Vida"; enfermos
en busca de un aumento de fuerza y de esperanza; misioneros venidos dedicarle
su apostolado difícil a la Reina de Apóstoles; ellos todos
los que desean un arranque nuevo para servir al Señor, servir la Iglesia,
y servir a sus hermanos, como María que va a casa de Isabel”.
Hace referencia, Juan Pablo II, al denominado “Puente de hielo”
que, por haber sido pedido con instancia a la Virgen María, apareció
cuando nadie lo esperada y facilitó el transporte de la piedra necesaria
para la construcción de Santuario.
Y tal prodigio es uno de los dos que certifican la intervención
de la Madre de Dios en aquellas tierras del norte de América.
El otro es el que sucedió cuando el 22 de junio de 1888,
el mismo día el que el padre Lucas Désilets dedicó la
construcción del nuevo tempo a la Virgen María, cuando 3 hombres
acudieron a la pequeña iglesia (el mismo Lucas, el padre Federico
y el seglar Pedro Lacroix). Uno de ellos, el padre Federico describió
lo ocurrido diciendo que “La estatua de la Virgen, que tiene los ojos totalmente
cerrados, tenía los ojos bien abiertos; la mirada de la Virgen estaba
fija; miraba delante de ella a su altura. La ilusión era difícil;
su cara estaba llena de luz que se unía a la luz que entraba por la
ventana y que llenaba todo el Santuario. Sus ojos eran negros. Bien formados
y en armonía con su cara. La mirada de la Virgen era la de una persona
viva, había una expresión de severidad, confundida con tristeza.
Este prodigio duró aproximadamente de 5 a 10 minutos.”
Severidad y tristeza sólo podían deberse a la
consideración que, del mundo, tenía la Virgen María
que es, exactamente, la misma que siempre ha manifestado en las diversas
apariciones en las que se ha prodigado.
No obstante, a Notre Dame Du Cap le corresponden unas gracias
que la hacen, en tal sentido, especial como lo es cualquier otra advocación
de María. Éstas son:
-La intervención de Dios por María, mediante signos y prodigios
para sostener la fe como los citados del puente de hielo y la de los ojos
abiertos de la Madre de Dios.
-La riqueza y el poder de la oración del Rosario.
-La mirada profunda de María sobre los millares de peregrinos que
acuden a profesarle su amor y sobre el mundo que salvar.
-La oración a María que contribuye a la “construcción”
de la Iglesia, conduce a la celebración de la eucaristía y
a la renovación de la vida cristiana y de todo el pueblo de Dios.
-La manifestación de un estilo mariano de Iglesia y de devoción
mariana de carácter bíblico, misionero y eclesial.