LA CONFIRMACIÓN
La Confirmación es el sacramento que da el Espíritu Santo para enraizarnos más profundamente en la filiación divina, incorporarnos más firmemente a Cristo, hacer más sólido nuestro vínculo con la Iglesia, asociarnos todavía más a su misión y ayudarnos a dar testimonio de la fe cristiana por la palabra acompañada de las obras.
La Confirmación es para nosotros lo que Pentecostés
fue para los Apóstoles. Luego de haber dado Jesucristo el Espíritu Santo
a los Apóstoles (Juan 20,22), éstos permanecían tímidos, ignorantes e
imperfectos. Dios procede por grados en la comunicación de sus dones.
Los Apóstoles tenían ya el Espíritu Santo, pero no habían recibido aún
la fortaleza para confesar la fe y transmitirla: ésta la recibieron el día
de Pentecostés. También nosotros recibimos por primera vez al Espíritu Santo
en el Bautismo, recibiendo luego, la plenitud de sus dones, en la Confirmación.
Este sacramento, como todos los otros, fue
instituido por Jesucristo, pues sólo Dios puede vincular la gracia a
un signo externo. Sin embargo, no consta en la Sagrada Escritura el momento
preciso de la institución, aunque repetidas predicciones de los profetas
relativas a una amplia difusión del Espíritu divino en los tiempos mesiánicos
(Isaías 58,11; Ezequiel 47,1; Joel 2,28), el reiterado anuncio por parte
de Cristo de una nueva venida del Espíritu Santo para completar su obra,
y la misma acción de los Apóstoles hacen constar la institución de un
sacramento distinto del Bautismo.
“Cuando
los apóstoles que estaban en Jerusalén supieron que los de Samaria habían
aceptado el mensaje de Dios, mandaron allá a Pedro y a Juan. Al llegar,
oraron por los creyentes de Samaria, Para que recibieran el Espíritu Santo.
Porque todavía no había venido el Espíritu Santo sobre ninguno de ellos;
solamente se habían bautizado en el nombre del Señor Jesús. Entonces
Pedro y Juan les impusieron las manos, y así recibieron el Espíritu Santo”
(Hechos 8, 14-17).
“Al oír esto, fueron bautizados en el nombre
del Señor Jesús; y cuando Pablo les impuso las manos, también vino sobre
ellos el Espíritu Santo...” (Hechos 19,5-6).
“Las enseñanzas sobre el Bautismo, el imponer
las manos a los creyentes, la resurrección de los muertos y el juicio
eterno. Es lo que haremos, si Dios lo permite” (Hebreos 6,2-3).
Al administrar la Confirmación,
la Iglesia repite esencialmente la sencilla ceremonia que relatan los
hechos de los Apóstoles (19,1-6), añadiendo algunos ritos que hacen más comprensible la recepción del Espíritu Santo y los efectos
sobrenaturales que producen en el alma.
Así lo expresa, por ejemplo, la siguiente oración que
antecede a las palabras de la forma: “Oremos, hermanos, a Dios Padre
Todopoderoso, y pidámosle que derrame el Espíritu Santo sobre estos hijos
de adopción, que renacieron ya a la vida eterna en el Bautismo, para que
los fortalezca con la abundancia de sus dones, los consagre con su unción
espiritual, y haga de ellos imagen perfecta de Jesucristo”.
La materia es la unción con el crisma en la
frente, a la que se añade la imposición de las manos del Obispo.
Por crisma se entiende la mezcla de aceite de oliva y de bálsamo,
consagrada por el Obispo el día del Jueves Santo. Se entiende por bálsamo,
el líquido aromático que fluye de ciertos árboles y que, después de quedar
espesado por la acción del aire, contiene aceite esencial, resina y ácido
benzoico o cinámico.
Así como la materia del Bautismo (el agua) significa su efecto propio
(lavado), la materia de la Confirmación (el aceite) , usado desde la antiguedad
para fortalecer los músculos de los gladiadores, es símbolo de fuerza y
plenitud. El confirmado podrá con el sacramento cumplir con valentía su
misión apostólica. El bálsamo que perfuma el aceite y lo libra de la corrupción,
denota el buen olor de la virtud y la preservación de los vicios.
La forma de la Confirmación consiste en las palabras que acompañan
a la imposición individual de las manos, imposición que va unida a la
unción en la frente: "Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo".
Efectos
de la Confirmación:
"De la celebración se deduce que el efecto del sacramento es la efusión
plena del Espíritu Santo, como fue concedida en otro tiempo a los apóstoles
el día de Pentecostés" (Catecismo,1302).
Por este hecho, la Confirmación confiere crecimiento y profundidad
a la gracia bautismal:
--Nos introduce
más profundamente en la filiación divina que nos hace decir "Abbá, Padre"
(Romanos 8,15).
--Nos une más firmemente a Cristo;
--Aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo (Isaías 11,2):
2) Don de fortaleza (Lucas 24,49): Es una fuerza especial para realizar lo que Dios quiere de nosotros y para resistir las contrariedades de la vida.
3) Don de Consejo (Juan 16,13): Hace que al momento de escoger, escojamos lo que más con conviene: Inspira lo que se debe hacer y cómo se debe hacer, y lo que se debe decir y cómo se debe decir. Lo que se debe evitar, y lo que se debe callar.
4) Don de Piedad: Es una especie de afecto filial hacia Dios. Es lo que nos hace sentir un cariño especial por todo lo que tenga relación al culto, a la Palabra de Dios, a los Sacramentos, a la oración y a la meditación.
5) Don de Entendimiento: Es una facilidad para comprender lo que Dios nos dice por medio de su Palabra en la Santa Biblia o por otros medios.
6) Don de Ciencia: Es una facilidad para distinguir entre lo verdadero y lo falso.
7)
Don de Temor de Dios: Es un temor cariñoso que nos inspira miedo
a ofender a Dios, por ser Él un Padre tan generoso y lleno de bondad
hacia nosotros, y también porque sabemos que Dios no dejará un solo pecado
sin castigo.
--Hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia;
--Nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir
y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos
de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no
sentir jamás vergüenza de la Cruz.
Otro efecto de la Confirmación es que imprime en el alma una marca
espiritual indeleble, el “carácter”, que es el signo de que Jesucristo
ha marcado al cristiano con el sello de su Espíritu revistiéndolo de la
fuerza de lo alto para que sea su testigo (Lucas 24,48-49).